El niño es víctima de la imagen que la familia tiene de la epilepsia. Más frecuentemente que el adulto, el joven con epilepsia pierde su status de sujeto y se convierte en un objeto, del que se dicen cosas sin que él tenga voz en la reunión.
Los padres cometen el error de sobreproteger al niño privándolo de llevar una vida normal acorde con su edad. Lo consideran un niño diferente, vulnerable, condicionado por la enfermedad. Es muy probable que se convierta en un joven inseguro, dependiente y afligido.
Los padres deben evitar que el niño capte la inquietud y preocupación constantes que su enfermedad ha creado en la familia, aceptando las crisis con naturalidad. En caso contrario pueden despertarse en el joven sentimientos de impotencia y culpabilidad.
Al mismo tiempo, este ambiente familiar de atención y cuidados constantes frente a una posible crisis puede hacer que el joven saque provecho de la situación de la misma forma que sucede con otras enfermedades.
Hay que cuidar que los niños con epilepsia no sean excesivamente mimados y consentidos (como compensación a otras limitaciones impuestas por los padres) y se conviertan en pequeños tiranos. También se debe evitar que todas sus actuaciones negativas o irracionales sean achacadas absurdamente a la epilepsia.
Controlar la epilepsia obliga a la ingesta prolongada de medicamentos. Se tiene miedo de no poder prescindir de ellos, de estar drogado, de sus ya conocidos efectos secundarios y de los desconocidos a largo plazo…
Muchas crisis se acompañan de una amnesia del acceso, es decir, el paciente SÓLO sabe de sus crisis lo que le cuentan las personas presentes. No las comprende, ya que en esos momentos no ha sentido nada. Puede incluso negarlas, actitud nada excepcional.
Cuando recuperan la consciencia, muchos enfermos sí intuyen que acaban de sufrir una crisis por un intenso y característico dolor de cabeza, un agotamiento extremo que les conduce al sueño, grandes dolores musculares, heridas en el interior de la boca, incontinencia, etc. Otros pacientes pueden recordar una primera sensación que reconocen como antecedente de un posible ataque y que suele ser siempre similar. Por último, también hay personas que saben que están sufriendo una crisis aunque pierdan la consciencia (total o parcial) de su entorno: tienen percepciones conocidas que, en la mayoría de los casos, no pueden describir tras terminar el acceso. Se evaporan de su consciencia. Pueden ser acompañadas de automatismos.
Al paciente se le añaden otras inquietudes: ¿Quién le ha visto? ¿qué ha hecho mientras estaba inconsciente? ¿qué ha podido escapar al control de su consciencia?